miércoles, 16 de febrero de 2011

Calidad de amor

Sucedió no hace mucho que un hombre que vivía en Rio Gallegos, llamado Juan, conoció por Internet a una mujer, María, de Salta. Ya sabéis, a unos tres mil kilómetros de distancia.
Cuentan  que chatearon. Se lo contaban todo. Llegaron a conocerse en profundidad. El tiempo en que se contaban sus cosas era la mejor parte del día.
El pudor puede representar un freno para que dos almas se conozcan. Cuando uno no ve al destinatario de sus confesiones este freno se suaviza y a veces puede desaparecer.
Sus almas se iban enroscando la una en la otra de tal  manera que un día descubrieron que ya no podían vivir por separado.
Al cabo de varios meses de su cita diaria por internet, Juan  le pidió una foto para comprobar, así se lo dijo, que su belleza espiritual se debería corresponder con un aspecto físico agradable; y María se la negó porque, argumentó-

-Mirá, nos hemos confesado el uno con el otro con total libertad porque nunca nos hemos visto nuestras caras. Si yo te he llegado a importar, parte del mérito está en que nuestro mutuo interés en el alma del otro no se ha dispersado en imágenes que nunca te darán una imagen completa de la realidad. –

Ella no necesitaba una foto de él para darle forma al alma de la que se había enamorado. Así que siguieron cruzando su correspondencia manteniendo la viveza de su inmediatez gracias al medio que estaban utilizando. Pero sin saber ni el aspecto que tenían ni imaginar cómo se modificaría la expresión de la foto después de cada afirmación que se cruzaran. Así que en lugar de ser un inconveniente, el no conocer el aspecto físico del otro, fue una ventaja para conocerse mejor.
Al cabo de un tiempo de confesiones a los dos les resultó fácil darse cuenta de que el otro no mentía, que no podía mentir, que era tal y como se representaba en su correo. No hubo intencionalidad de seducir en todas aquellas comunicaciones; pero Juan sedujo a María y María sedujo a Juan.
Un día Juan le dijo que había perdido su empleo y que tendría que reducir sus gastos para sobrevivir; así que no podría mantener su correspondencia con ella porque se daba de baja en Internet. A partir de ahora espaciaría sus contactos que los continuaría desde un cibercafé.
Ella le contestó que le dejaría dinero para lo que le hiciera falta. Él rehusó tantas veces como ella insistió, menos la última.
Pasaron meses y él sobrevivió gracias al dinero que ella puntualmente le enviaba a principios de cada mes, hasta que de nuevo consiguió un trabajo. Al cabo de poco, Juan consiguió ahorrar para devolverle el dinero a María. Y le dijo:

- lo que quiero hacer es llevarte a vos el dinero personalmente. Creo que es una ocasión para conocernos personalmente y brindar por nuestra amistad y por nuestro amor.-

María pareció sorprenderse de semejante proposición; pero después de una corta discusión hecha de argumentos acerca de las ventajas y los inconvenientes de conocerse personalmente, accedió.
Cuando llegó la fecha prevista del viaje de Juan al norte, quedaron en que se encontrarían al pie de la estatua de Güelmes en el centro de Salta. Él llevaría bajo el brazo el libro que le pensaba regalar y ella un ramito de violetas, así se reconocerían.
Hombre previsor, Juan se fue a buscar la plaza de la estatua de Güelmes  con una antelación de media hora sobre la cita.
Cuando se acercaba al lugar, se cruzó con una muchacha preciosa. Un vestido azul resaltaba su figura. Fue sólo un instante, pero suficiente. Él se fijó en sus largas pestañas, en el color de su piel, en sus formas de diosa que sugerían los suaves pliegues de aquel vestido azul que tardaría en olvidar y en sus ojos castaños con los que se cruzó su mirada. Fue una décima de segundo que nunca olvidaría. Cuando se alejaba, pensando que no podría olvidar fácilmente aquellos ojos, se dio cuenta no sólo no los olvidaría por ser tan lindos; sino porque en ésa décima de segundo apreció la profunda sinceridad de aquella mirada tan limpia y directa.

Aún impresionado por la veloz aparición de la muchacha de azul,  llegó a la plaza y se detuvo a una prudente distancia de la estatua. La suficiente para poder ver a la mujer que se encontraba a su pie con un ramito de violetas en el regazo. Era un poco entradita en años y con algo de sobrepeso. No era desagradable pero no era especialmente atractiva. Al contrario.
Se detuvo y dudó.  Consideró la posibilidad de salir huyendo. A fin de cuentas, ella no lo conocía. Buscaría a la chica de azul de aquellos bonitos ojos castaños. Luego, podría inventar alguna excusa que justificara su incomparecencia en la cita.

Pero esa mujer, la del ramito de violetas era… ella. Era la persona que mejor le conocía en el mundo. Era quien había conquistado su corazón. Era tierna y sensible, era amable porque era digna de ser amada por cualquiera y por supuesto por él, que la conocía bien.
La verdad era que no tenía nada que pensar, y aquella visión azul, que hacía unos minutos se decía que  jamás iba a olvidar, la enterraría en el fondo de sus recuerdos para no sacarlo jamás… porque estaba a unos metros de ella, ante la que era su propio corazón.
Se descubrió a sí mismo poniendo el libro acordado en su mano visible, la mano que llevaba el libro y se dirigió a presentarse a aquella mujer que le había mostrado la verdadera dimensión del amor.

- soy Juan…-

- oiga joven, no sé de que me habla. Yo sólo sé que una chica muy mona  vestida  azul, con quien me crucé hace unos minutos, me dio estas flores y me pidió que si un hombre con un libro en la mano se dirigía a mí , le indicara que ella le esperaba en aquel restaurante de la esquina.-

Esta historia  de Maria y Juan podría, incluso, ser verdadera. De personajes reales de carne y hueso. Pero la verdad es que no importa demasiado que no sea así. A mí me ha conmovido y me ha hecho pensar que hay pocas veces en que se puede disponer de una ocasión tan clara para verificar la calidad de un amor. La mayor parte de la gente sólo cuenta con el día a día y con la imperfecta comunicación hablada.

Esta historia la escuché por la radio, como si hubiera sido algo que le sucedió a un conocido del que hablaba;  pero me gustaría que alguien me confirmara que se trata de un cuento de algún escritor argentino.

jmn, navidad de 2010

1 comentario:

  1. No veo el interés en saber si hay un escritor argentino detrás de la historia. Tengo que pensar que es una argucia literaria del escritor para manejar al lector. Lo importante es que está bien contada y que es posible encontrar almas candorosas acreedoras de que su historia conecte con el "escuchador". Adelante, adelante. Amapola

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